¿Qué debe repensarse? Pedimos a médicos, científicos, expertos en sanidad pública y activistas de la salud que nos hablaran de los errores, oportunidades perdidas y descuidos y que nos dijeran cómo prepararnos mejor para la siguiente pandemia. Las respuestas han sido editadas para mayor claridad.
Debemos vencer nuestro fracaso colectivo para la imaginación. La COVID-19 nos tomó por sorpresa. Pasamos décadas planeando para una pandemia que se pareciera a los virus que ya conocíamos. No habíamos planeado para mascarillas faciales, realizar pruebas a escala masiva, órdenes de quedarse en casa, toma de decisión politizada o disparidades raciales devastadoras. De cara al futuro, debemos prepararnos para un rango mucho más amplio de amenazas.
La información imprecisa y las acciones indecisas por parte del gobierno de Estados Unidos llevaron al país a un fracaso catastrófico. Desde el principio de la pandemia, el presidente Donald Trump dijo que el virus se iría y que no necesitábamos tomar precauciones. Se ridiculizaron las mascarillas y el distanciamiento social. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) distribuyeron cartillas incorrectas que retrasaron los primeros esfuerzos. Y la restricción estricta de las pruebas —que solo se realizaban a quienes habían viajado a China— demoraron significativamente la detección. Los hospitales tuvieron que tramitar aprobación de la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por su sigla en inglés) para sus protocolos de testeo incluso si seguían exactamente el protocolo de los CDC. Los reactivos para las pruebas pronto se agotaron en todo el país. Para prepararse para la próxima pandemia, el gobierno debe poner la ciencia y los datos por encima de todo lo demás.
Está claro que el gobierno de China sí reservó información sobre el virus y que los funcionarios no querían que la información se difundiera. Necesitamos realmente tener una conversación más amplia, más allá de China, sobre el trabajo en conjunto como una comunidad global para brotes futuros. La nacionalización de las respuestas, creo, ha sido increíblemente dañina.
El gobierno necesita tratar como un problema de seguridad nacional la fabricación en el extranjero de equipo de protección personal (EPP). Este fue un virus bastante leve. Imaginemos si la tasa de mortalidad hubiera sido del 20 por ciento y China y México hubieran recortado su oferta de EPP. Todo el suministro de mascarillas habría colapsado.
Plantear anticipadamente tus planes sobre cómo distribuir la vacuna y desplegarla a los estados para que puedan actuar de inmediato. Los CDC plantearon sus recomendaciones en diciembre, apenas días antes de que las vacunas fueran autorizadas. Pero desde agosto, cuando se dio a conocer el plan de distribución ideado por las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina, han sobrevivido dos principios generales de la estrategia: cuando la oferta de vacunas es limitada, atacar los focos de mortalidad y conservar el sistema de salud. Esos son los principios en los que debemos pensar durante la calma antes de la próxima tormenta. En nuestro campo lo llamamos “periodo interpandémico”.
Fuimos elegidos por votación como el país mejor preparado del mundo para una pandemia según Johns Hopkins. La lección que aprendimos es que también es muy importante cuál es la respuesta.
En un país con las características de Estados Unidos, conformado por 50 entidades individuales y más de 330 millones de habitantes —y cuando hay una pandemia que es altamente transmisible a la que no le interesan las fronteras entre un estado y otro— hay ciertas cosas en común que se necesitan, algo de colaboración, cooperación y sinergia entre el gobierno federal y los estados. Algunas entidades no prestaron atención a los lineamientos y simplemente los ignoraron, para hacer lo querían. Esa no es una receta del éxito.
Necesitamos una respuesta federal coordinada y basada en ciencia que lidere un plan nacional de tamizaje. Necesitamos guías de salud pública para los estados en lugar de dejarles a ellos la decisión. Tener lineamientos desiguales y diferentes de salud pública fue realmente poco útil y también enviaba el mensaje de que no sabíamos en realidad lo que pasaba o lo que iba a funcionar.
Lo obvio fue el asunto de los cubrebocas, contar con un mensaje unificado sobre los cubrebocas. El virus no elige preferencialmente contagiar a las personas según su partido político. Estamos todos juntos en esto.
La falta de inversión en salud pública era una vulnerabilidad enorme para una respuesta eficaz. Necesitábamos realmente datos precisos para poder hacer previsiones; que nos permitieran dirigir la intervención que impulsara el impacto. Hay sistemas de datos muy sofisticados para la banca, los medios de comunicación, etc., y no hemos dado esos saltos en la salud pública.
Los sistemas de salud más resistentes han sido los que realmente entienden cómo mantener la salud de las personas y asumir riesgos, en lugar de quedarse estancados en el entorno de pago por servicio. Es un entorno en el que realmente se puede aceptar la responsabilidad completa, tanto clínica como financiera, de una población. Y entonces puedes tomar todo tipo de decisiones superinteresantes, ágiles e innovadoras, como la telesalud y el hospital a domicilio, y todas esas otras grandes herramientas que los sistemas basados en el volumen no están realmente preparados para utilizar.
Lo que hemos aprendido está relacionado específicamente con los determinantes sociales de la salud, que son las condiciones de los lugares donde la gente vive, aprende, trabaja y juega, y cómo estas pueden predeterminar los resultados en materia de salud. Se trata de un tema que solía ser muy académico. Antes, la gente decía: “Sí, sí, pobreza, pobreza, pobreza”, pero no entendían el concepto. El virus lo ha puesto realmente en primer plano, de forma muy gráfica, al afectar mucho más a las minorías raciales y étnicas. Ha quedado muy claro que la salud del país depende realmente de que se aborden estos determinantes sociales de la salud. Y veo la diferencia en el departamento de salud y la diferencia en el gobierno, e incluso en los medios de comunicación, lo que es un buen augurio para el futuro.
Cuando el gobierno ignora el racismo sistémico —cuando no reconoce la desigualdad en el acceso a la atención médica y al empleo—, eso esencialmente condiciona la vida y las experiencias de las personas de color. El resultado son las profundas y terribles desigualdades en la salud que hemos visto en esta pandemia. Por lo tanto, si no se presta atención a las políticas de empleo, vivienda y educación, y al acceso a la atención a la salud, cuando se produce una pandemia, estas desigualdades empeoran en forma exponencial.
La pandemia puso de manifiesto los fallos del fragmentado sistema de salud estadounidense, orientado al lucro. Medicare for All nos permitía abordar los determinantes sociales de la salud centrándonos en la prevención, la atención primaria y la gestión de las enfermedades crónicas en lugar de la atención especializada. Un sistema robusto de salud pública nos permitiría implementar rápidamente el tipo de vigilancia, rastreo, seguimiento y recopilación de datos que es fundamental para responder a una pandemia o cualquier otra crisis de salud pública.
La lección más importante: esto es lo que ocurre cuando tratamos a las personas mayores como prescindibles. Definitivamente, hay un elemento de discriminación por edad en este caso, que realmente se coló en la forma en que el país tomó decisiones y promulgó políticas. Desde el principio de la pandemia, sabíamos que los adultos mayores y las personas con problemas de salud subyacentes eran los que corrían más riesgo y, sin embargo, decidimos ignorar el hecho de que podíamos mitigar parte de ese riesgo al proporcionar suficientes pruebas, personal y equipos de protección adecuados. Y no lo hicimos. No se dio la debida prioridad a los estadounidenses de edad avanzada y a sus cuidadores hasta hace muy poco, cuando las vacunas estuvieron disponibles. Y qué diferencia tan asombrosa ha habido.
Necesitamos tener una capacidad comunitaria permanente para hacer frente a la crisis. No podemos confiar únicamente en el gobierno y las instituciones. Los miembros de nuestra propia comunidad tienen que incorporarse sistemáticamente a las respuestas sistémicas a las crisis.
En los primeros meses había mucha incertidumbre sobre cómo tratar a los pacientes, pero nos hemos dado cuenta de que lo mejor es ceñirse a los principios básicos de la medicina de cuidados críticos, incluyendo la configuración del ventilador, la cantidad de sedación y los fluidos intravenosos. Tanto si se trata de COVID-19 como de la próxima pandemia vírica, confíen en lo que sabemos como base para el cuidado de los pacientes, y no se distraigan buscando intervenciones marginales o alternativas.
Los chicos necesitan estar con chicos y necesitan tener una vida estructurada. El aislamiento social es especialmente difícil para los adolescentes y puede interferir en su maduración. Aquellos que se han visto en entornos sociales seguros y han tenido al menos una experiencia escolar híbrida han obtenido mejores resultados que los que no han podido hacerlo.
Mucha gente se ha dado cuenta de quiénes son las personas que hacen que la sociedad siga adelante y a quienes en gran medida damos por sentado. Pero si puedes descartar al trabajador esencial —el afroestadounidense, el latino, el inmigrante chino que te entrega la comida—, piensa en lo fácil que puedes descartar cualquier otra vida humana.
Si eres una persona que piensa que tiene derecho a no llevar mascarilla, esa filosofía tiene un efecto dominó: me importan el cajero del supermercado o el chofer del tren porque no me importa nadie. Entraré en el bar y haré lo que haré.
Esta pandemia nos ha mostrado quiénes somos, a un nivel de claridad que resulta chocante para la mayoría de las personas. Es difícil imaginar que haya tanta gente en nuestro país que realmente no se preocupe por los demás. Eso es lo más aterrador, te deja sin aliento y desde esa perspectiva puedes diagnosticar todo lo demás que está ocurriendo en nuestra sociedad. Que se puedan toleran 500.000 muertes en menos de un año me resulta incomprensible, que seamos una nación tan insensible.
Producido por Michael Beswetherick y Deanna Donnegan.
This article originally appeared in The New York Times.
© 2021 The New York Times Company
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