Desde hace varias semanas Dalal y Said “Coco” Massad están pintando su casa de Banfield. La pandemia postergó varios arreglos y por fin se decidieron a renovar las paredes. Descolgaron cuadros, sacaron las cortinas, corrieron los muebles.
Pero en la planta de arriba, junto a la escalera, hay una pequeña pieza que no tocaron: es el cuarto de su hijo Marcelo Daniel, que murió hace 40 años durante la guerra de Malvinas cuando una ráfaga de ametralladora le cruzó el cuerpo durante un combate.
“Ahora lo tomamos como un templo. Tal es así que yo, algunos días entro, le rezo una oración mirando el retrato de él, le pido alguna cosita que necesito”, cuenta Coco, su papá, a TN.
Mientras habla, sentado en la cama de su hijo, se gira y mira su foto: sostiene un fusil y sonríe a la cámara. Coco se la sacó un día que fueron a visitarlo mientras hacía el servicio militar en el regimiento 7 de La Plata.
Entrar a la habitación de Dani (como lo llama su mamá) o de Marcelo (como le dice el papá), es dar un paso inmersivo a una adolescencia en la década de 1980.
Hay una cama de una plaza con un acolchado un poco desteñido por el sol, en las paredes, un póster del mundial de Alemania de 1974, otro de una pelota de fútbol entrando a un arco, banderines de Banfield, el equipo de la familia, viejas raquetas de tenis de madera, una cruz.
En un costado, una biblioteca guarda los libros de Dani, un pequeño Mustang rojo de juguete que le regalaron para un cumpleaños, tubos con pelotas de tenis, una foto de un viaje de egresados de 7° grado a Córdoba, otra con sus compañeros de último año. Justo debajo de la ventana hay un pequeño escritorio con una tele amarilla y negra, que le habían regalado poco antes de que Dani saliera para Malvinas.
“Mantener la habitación intacta no es engañarme, siento que él está con nosotros. Entro y salgo de acá del cuarto y no le puedo hacer cambios porque siento que él está. No que él va a volver, pero que está. Lo recuerdo, lo extraño, veo sus cosas lindas, rezo por él”, cuenta Dalal.
Ella abre el placard, recorre los cajones y saca algunas prendas que eran de su hijo: unos guantes de arquero que usaba para atajar en la cuarta división del club, un gorro celeste y blanco con el que alentó a la Selección en 1978, una remera Adidas.
“Era pilchero, le gustaba la buena ropa, era coqueto”, reconoce con una sonrisa su papá. Casualmente, lleva puesto un cinturón marrón de cuero que era de su hijo.
“Queda poca ropa de Dani”, cuenta su mamá. “Cuando murió, todos sus amigos vinieron y querían llevarse algo. Él era muy amiguero, los chicos siempre venían a casa, se tiraban en la alfombra y pasaban la tarde acá. Dani siempre trataba de unir, unía a los grupos”.
El cuarto de Daniel también es un santuario. Con el paso de los años, sus padres y sus hermanas, Yamilé y Karina, dejaron allí recortes de diario que hablan sobre Dani, fotos y homenajes en revistas y libros, camisetas de Banfield con el nombre de él que el club les entregó, rosarios.
El cuarto está abarrotado de la memoria de los Massad. Y también cartas. Como la que envió Daniel desde Malvinas, saludando a su padre por su cumpleaños.
“Papá Coquito, si no llego a escribir otra carta quiero desearte feliz cumpleaños. Quiero volver y abrazarlos a todos y no soltarlos más. Estando aquí estoy aprendiendo lo que es una familia. Recién ahora me doy cuenta estando a tantos kilómetros. No les voy a mentir, nada más me puse a leer sus cartas empecé a llorar como un tonto. Me despido porque no tengo más espacio para escribir. Saludos a todos”.
Daniel murió en Monte Longdon durante la noche del 11 de junio en uno de los combates más sangrientos de la guerra. Lo alcanzaron los disparos enemigos cuando trataba de advertirle a sus compañeros que debían replegarse.
Ese día, Coco había ido con su hija Yamilé a retirar un Renault 18 0 kilómetro color marrón. La familia lo había comprado como una sorpresa para darle a Dani a su regreso.
Dalal estaba en la Catedral de Buenos Aires con dos amigas esperando la llegada del Papa Juan Pablo II que había venido al país. Volvió esa noche y se acostó tranquila porque tenían el regalo de Daniel. Nunca pudieron dárselo.
La noticia de la muerte de su hijo la recibieron días después cuando un compañero de combate de Dani les trajo un rosario con sangre que levaba colgado del cuello al momento de morir. La familia aún lo conserva en una cajita, como un tesoro. El auto lo vendieron porque no soportaban tenerlo en la cochera.
A 40 años de la guerra de Malvinas, Dalal y Coco aseguran que transitaron el duelo en paz y con mucho amor. Y que el recuerdo de Dani es una constante para su familia.
“Todos los años, todos los días, todas las horas son importantes para nosotros. Pero cuando se cumple un aniversario uno lo recuerda con más intensidad, con más fervor, con más amor”, dice Coco. “Si juntamos todos los recuerdos del pasado, cuatro décadas, y los unimos sacamos una conclusión. Y mi conclusión es que vivimos con amor, dando amor y tratando de sembrar lo mismo que hizo él por la patria”
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