La historia de la Revolución de Mayo que tiene su momento clave el 25 arranca unas semanas antes. El 14 de ese mes llegó a Buenos Aires la noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla, que había ocurrido el 13 de enero. Por las comunicaciones de la época, dependientes de los barcos, así se enteraban habitualmente de lo que acontecía a través de los diarios y la correspondencia. Entre julio y septiembre aparecerían 18 juntas en España, depositarias de la soberanía del rey. Cada una disponía de su ejército, pero la imposibilidad de centralizar el mando provocó que fueran cayendo una tras otra.
El 25 de mayo de 1810 dio origen a un gobierno autónomo y provisorio para tutelar los derechos del monarca español Fernando VII en el virreinato del Río de la Plata. Había sido rey entre marzo y mayo de 1808, luego de disputarle la corona a su padre, Carlos IV. Obligado a abdicar por Napoleón Bonaparte, quien había ocupado España, el emperador colocó en el trono a su hermano José, más conocido como Pepe Botella, por su afición a la bebida. A Fernando VII lo mantuvo cautivo en Valencay, un castillo a 300 kilómetros de París, aislado del mundo. España se quedaba sin rey.
Cuando sucumbió la Junta Central de Sevilla, último bastión de la monarquía española, en Buenos Aires, tal como ocurrió en otros lugares de la América española, se sostuvo que el virrey debía renunciar.
Así nacería la Junta Superior Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del señor Don Fernando VII. Este organismo basaba su legitimidad en el principio de retroversión de la soberanía de los pueblos, por estar el rey Fernando VII cautivo de Napoleón. La Primera Junta juró fidelidad y lealtad a ese rey, pero aún no se habían puesto sobre la mesa ideas independentistas, que no entusiasmaban a muchos.
Hubo una historia -comprimida en una semana- detrás de la creación de la Primera Junta de Gobierno que merece la pena ser repasada.
La primera reacción de Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien había asumido como virrey el 11 de febrero de 1809 en reemplazo de Santiago de Liniers, fue el de ocultar la noticia para madurar una respuesta. No le dieron tiempo.
Enseguida, la noticia de que las tierras españolas estaban en manos de Napoleón Bonaparte fue de lo único que se hablaba en esa alejada aldea americana de 40 mil habitantes. “El café de los Catalanes, la fonda de las Naciones, eran un jubileo de los nuestros”, escribía el militar Buenaventura Arzac, quien fue uno de los que movilizaría gente en esos frenéticos días de mayo.
El virrey quiso calmar a los criollos y, en especial, pidió lealtad al rey Fernando VII. Cisneros, que había quedado sordo como una tapia producto del fragor de la batalla de Trafalgar, emitió una proclama. Ya no representaba a nadie. El mismo Arzac lo contaba: “El viernes nos echó Cisneros una proclama indecente. Dice que en sus manos está segura la patria, y que se va a poner de acuerdo con Abascal, con Sanz y con Nieto para formar un gobierno que represente aquí a Fernando VII. ¡Qué badulaque! ¡Y vea con qué cuñas nos piensa dar gobierno!”
Otros decidieron aprovechar mejor el tiempo. Hubo reuniones en la mítica jabonería de Hipólito Vieytes -que estaba en lo que hoy es la avenida 9 de Julio y México- y en lo de Rodríguez Peña, una casona ubicada en la plaza del mismo nombre, en avenida Callao al 800. Era un ir y venir de Juan José Castelli, Juan José Paso, Martín Rodríguez, Manuel Belgrano, José Darragueira, Feliciano Chiclana, Mariano Moreno, entre tantos otros.
El pedido de Cabildo abierto
En lo de Peña, le dijeron a Cornelio Saavedra que era preciso tomar la plaza con los ciudadanos y formar gobierno; Domingo French dijo que no confiaba en el Cabildo porque todos, con excepción de Anchorena, estaban contra ellos y que Julián de Leyva -síndico procurador general del Cabildo- era hombre de dos caras. Saavedra se mostraba cauteloso.
Finalmente, fueron Saavedra y Belgrano los que le pidieron al alcalde ordinario Juan José de Lezica que hablase con el virrey para pedirle un Cabildo abierto. Ante la renuencia del cabildante, Saavedra le advirtió: “Si para el lunes 21 no se convoca al pueblo, no me queda más remedio que ponerme a la cabeza y … ¡qué se yo lo que vendrá!”.
Todos coincidían en que Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios, que venía de lucirse en la segunda de las Invasiones Inglesas, fuera la voz cantante para decirle al virrey que ya no tenía apoyo y que debía autorizar la realización de un Cabildo abierto. Serían los vecinos los que tendrían la última palabra si debía continuar gobernando.
Fue el sábado 19 que Cisneros recibió el pedido formal. Como un camino para ganar tiempo, convocó a los jefes militares para el día siguiente para saber si tenía de su lado el poder militar, ya que sospechaba que el Cabildo podría jugarle en contra.
No hay peor sordo que el que no quiere oír
Por la tarde del domingo 20, en su residencia en el Fuerte, Cisneros recibió a los jefes militares con extrema amabilidad. Nuevamente Buenaventura Arzac, a través de su correspondencia, brinda jugosos detalles.
Sobre las manifestaciones de la gente, les dijo que había mirado todo aquello con menosprecio, porque contaba con la lealtad de los comandantes, y porque no creía que “unos cuantos perdularios y sediciosos” tuviesen cómo trastornar el orden de la monarquía ni hacer cavilar “la fidelidad que todos le debían al señor don Fernando VII”.
Fue Martín Rodríguez el que le respondió: “Está muy engañado; no eran perdularios ni sediciosos, sino el pueblo entero de Buenos Aires el que creía que Cádiz no tenía el derecho de llamarse representante del rey, y gobernar a la América”.
Cisneros hizo como que no había escuchado. Se dirigió a Saavedra, recordándole que poco antes le había ofrecido su apoyo, como había hecho con Liniers.
Saavedra no supo qué responder. Le dijo que las circunstancias habían cambiado y que a Liniers lo había sostenido el mismo pueblo que ahora pedía por sus derechos. “Debe tener confianza en el Cabildo y en la parte sana del vecindario”, le aconsejaron.
Dicen que Cisneros se irritó, que aseguró que había sido un hombre de honor y que antes de ceder, renunciaría. Y, dirigiéndose a Saavedra, le preguntó: “¿Me van ustedes a sostener o no? Esto es lo que quiero saber”.
“Nosotros estamos dispuestos a sostener lo que resuelva el Cabildo abierto, y por eso lo pedimos”, respondió Saavedra.
“No respondemos de las consecuencias ni emplearemos la fuerza contra el pueblo, sin autorización del cuerpo municipal que es la única autoridad legítima que queda”, contestó Rodríguez.
Matar al virrey
Al día siguiente, los cabildantes se vieron presionados por la gritería de gente que los criollos habían movilizado a la plaza de la Victoria. “Todos hablaban de atacar al virrey y de matarlo, que Saavedra se había enojado mucho y anduvo muy inquieto la noche del viernes, repitiendo que era preciso contener al populacho y a los desaforados que lo animaban en tales extremos”, escribió Juan Andrés Pueyrredón.
Otro vecino, Juan Terrada describió: “Este es el estado en que está el pueblo desde el viernes. Anoche hubo palos y tiros en el teatro. Arteaga, Azamor, Ochoteco y otros oficiales europeos armaron gresca con muchos de los nuestros; (…) en las pulperías se notan muchas reuniones, y se arman pleitos a cada momento entre criollos y maturrangos…”
Los gritos en la plaza aclamaban la renuncia de Cisneros, quien terminó cediendo y firmando la autorización a la reunión de vecinos para el 22.
Derecho de admisión
Ese día se repartieron 450 invitaciones entre autoridades y aquellos vecinos que cumplían con los requisitos básicos para participar de un Cabildo abierto: ser propietario, tener una profesión u oficio y un linaje.
Se armó gran revuelo cuando se anunció que solo se permitiría entrar al Cabildo abierto “a los vecinos de distinción que por medio de esquela acreditasen haber sido llamados” y que se pondrían guardias en las bocacalles de la plaza para no dejar entrar sino a los que presentaran esquela.
Belgrano y otros protestaron en el Cabildo. Hubo quienes proponían echar directamente a Cisneros. Pero Leyva le dijo en secreto a Belgrano que fuera a la imprenta y que tomase un paquete de invitaciones y que las llenase como quisieran, “que no hicieran alboroto y que obrasen en el límite de lo legítimo”.
Los criollos se aseguraron de que concurrieran los de su propio bando; los 600 hombres movilizados por Domingo French y Antonio Beruti fueron clave para asegurarse la maniobra. Controlaban las entradas a la plaza, y sus partidarios recibían una cinta blanca, que sujetaba un pequeño retrato de Fernando VII para identificarse. Otros, abiertamente partidarios del virrey, directamente no concurrieron. Muchos se escandalizaron porque “los facciosos y alborotadores exigían que se admitiese a la tropa y a los hijos de familia que andan todos rebelados contra sus padres, siguiendo el funesto ejemplo que se les dio el año seis contra el Excmo. señor Sobremonte, de donde viene toda la corrupción y desquicio en que hoy nos hallamos envueltos”.
Las deliberaciones comenzaron por la mañana. Fundamentalmente se discutió si el gobierno era legítimo, de acuerdo a lo que ocurría en España, y por consiguiente, si el virrey era aún autoridad.
Los criollos argumentaron que, al no existir un monarca, la soberanía volvía al pueblo, quien tenía el derecho de formar un nuevo gobierno.
El obispo Benito Lué y Riega puso el grito en el cielo. Un americano gobernaría estas tierras cuando no quedase un solo español en América. “Habló bastante, como suele y concluyó que aunque hubiese quedado un solo vocal de la Junta Central y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como a la Soberanía”, según se pudo reconstruir.
Castelli, por su parte, afirmó que debía ser el pueblo el que debía regir su propio destino hasta que Fernando VII volviese al trono. “Aquí no hay conquistados ni conquistadores, aquí no hay sino españoles. Los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los americanos sabemos lo que queremos y adónde vamos”, dijo.
Por la tarde se votó. Y por 155 votos contra 69 se decidió que Cisneros debía cesar en el mando.
¿Cómo formar gobierno? Unos, que transitaban posturas intermedias, propusieron que el Cabildo tomase las riendas; pero los criollos sostenían que el que tenía que decidir era el pueblo (The Grosby Group)
Junta se busca
¿Cómo formar gobierno? Unos, que transitaban posturas intermedias, propusieron que el Cabildo tomase las riendas; pero los criollos sostenían que el que tenía que decidir era el pueblo. Ahora, ¿resultaba válido que solo el pueblo de Buenos Aires votase una autoridad que gobernaría todo el virreinato del Río de la Plata? Juan José Paso encontró la salida: Buenos Aires adoptaba el papel de hermana mayor de los pueblos, tomaba la responsabilidad y se comprometía a convocar a los distintos pueblos a sumarse, una vez formada la junta de gobierno.
Fue Leyva el que quiso tomar la delantera. De la futura junta de gobierno, Cisneros sería el presidente y hasta presentó un borrador con algunos nombres, entre ellos los de Saavedra y Belgrano. Éstos se negaron y exigieron que se comunicara que el virrey ya no mandaba.
“Estamos perdidos, vamos a la horca…”
El 24 a las dos de la tarde, se propuso una nueva junta. Cisneros presidente, con dos criollos y dos españoles. Saavedra y Castelli por un lado y Juan Nepomuceno Solá, cura de Monserrat y el comerciante José Santos Incháurregui por el otro. Esto confió Moreno a Darragueira: “Estamos perdidos; si es cierto lo que me dicen, pronto vamos a la horca, porque el poder se afirma en manos de los europeos, y lo primero que van a hacer es exterminarnos”.
Por su parte, Leyva le escribiría a Agüero: “Usted comprende que entrando al gobierno Saavedra y Castelli no les queda pretexto a los exaltados para pedir la destitución del señor virrey; y que teniendo éstos que gobernar con el virrey según las leyes de la monarquía, se acabaron las revueltas, y entramos en calma…”
El Cabildo dio el visto bueno, lo anunció con salvas de artillería y repique de campanas. Gorriti escribió: “Los españoles se felicitaban de haber salvado el peligro de un trastorno fundamental viendo triunfante la autoridad del virrey”.
Pero los que se habían reunido en lo de Rodríguez Peña no pensaban lo mismo. Aseguraban que los españoles se alinearían con Cisneros y hasta dudaban del propio Saavedra, tan como recordaba el propio Gorriti.
Pero lo de Cisneros no tenía retorno. Que fuera presidente de la junta equivalía a que fuera virrey. Saavedra y Castelli renunciaron y le dijeron a Cisneros que, por mejor voluntad que tuvieran para acompañarlo, les era imposible responder del orden público: que el pueblo estaba armado, concentrado en los cuarteles, resuelto a derrocar al gobierno y hacer una revolución si el virrey no renunciaba en aquella misma noche. Y enviaron sus renuncias al Cabildo.
“¡Al Cabildo, al Cabildo!”
La frase que quedó en la historia el día 25, “el pueblo quiere saber qué se trata”, aludía a las discusiones dentro del Cabildo, donde no se querían aceptar las renuncias cuando había sido el pueblo el que les había dado ese poder.
“Al Cabildo, al Cabildo muchachos!”, gritaron French, Chiclana y el padre Grela. La gente comenzó a golpear las puertas.
Una comisión de criollos entregó al Cabildo una lista con los miembros de la junta. El Cabildo dijo que iba en contra de la monarquía si no se consultaban a los demás pueblos del virreinato. French y Chiclana respondieron que se convocaría a un congreso de todos los pueblos.
“Pues esperemos a todos”, dijo Leyva. “Eso no puede ser. Esos pueblos no pueden negar el derecho de Buenos Aires a pronunciarse y llamaremos a un congreso”.
En eso, entró abruptamente Planes acusando al Cabildo de excederse “escandalosamente en las facultades que le dimos el 22”.
“¡Todavía no nos gobierna Rousseau, ni Tomás Payne, señor Planes!”, vociferaron los españoles.
No hacerse ilusiones
“Esta disputa es inútil!”, cortó Anchorena. Propuso consultar a todos los jefes militares. Leyva, cuando estuvo con los uniformados, intentó convencerlos de evitar una guerra civil, advirtiéndoles que la monarquía tomaría esto con una “rebelión atroz” y les pidió que sostuvieran lo resuelto el día 23. Ya estaba convenido que por los militares contestase Romero, el segundo comandante de Patricios y así evitar que lo hiciera el irascible Martín Rodríguez. Le dijo a Leyva que ellos no sostendrían al virrey, que el pueblo estaba indignado y que ellos no tenían autoridad para apoyar al Cabildo porque no serían obedecidos, y que si los cabildantes se mantenían obstinados, no podrían dominar a la tropa. “No se haga ilusión -dijo Romero- esto está ya hecho: puedo asegurar que el pueblo ha consignado ya lo que quiere por escrito, y ha designado los sujetos que quiere ver en el gobierno”.
El griterío, afuera, crecía.
Sin embargo, cuando los cabildantes se asomaron al balcón para que fuera el pueblo quien aprobase o rechazase la medida, vieron que había poca gente por lo avanzado de la hora y por el mal tiempo. Leyva, irónico, preguntó si ese era el pueblo que sostenía a esa junta. Saavedra lo desafió a tocar la campana para llamar a la gente. “Y si por falta de badajo no se hacía uso de la campana, que se mandase tocar la generala y que se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufrirá la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar”.
Al Cabildo no le quedó otra opción que aceptar la petición. “No hay más remedio que consentir, creo que debemos hacerlo pronto, muy pronto”, se resignó Leyva. A las 3 de la tarde, con la jura de sus miembros, nacía la Primera Junta de Gobierno.
Su presidente sería Cornelio Saavedra; secretarios, Mariano Moreno y Juan José Paso; vocales: Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Domingo Matheu, Juan Larrea, Miguel de Azcuénaga y Manuel Alberti.
Esta semana pasaría a la historia como la Revolución de Mayo. Lo qué pasó con ella es otra historia.
FUENTE INFOBAE
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