Los principales centros comerciales y el arte callejero junto al Pacífico.
Grandes centros comerciales, marcas y tiendas con fans y buenos precios: el combo perfecto para que Chile esté en boca de los viajeros argentinos desde hace varios meses.
“No sabés lo que me pasó: me distraje y en vez de pagar con la tarjeta de crédito como pensaba, pagué con la de débito”, dice Ana, argentina, mientras hace cálculos y se prueba unas zapatillas en el cuarto piso de la tienda Falabella. Su amiga escucha acodada sobre una gran valija que se ve hinchada, llena de cosas. Estamos en el mall Costanera Center y la tonada argentina se escucha por todos lados.
“Llegamos hace un rato porque el paso estaba cerrado”, cuenta otro, que viajó en auto desde Mendoza, por el paso Cristo Redentor – Los Libertadores, con el teléfono pegado a la oreja mientras arrastra un carrito con varias cosas entre los pasillos del Decathlon, tienda especializada en indumentaria y accesorios deportivos. Se detiene frente a unas mochilas de 8.000 pesos chilenos (US$ 8,63), pasa por remeras deportivas de 12.000 (US$ 12,94) y camperas de 40.000 (US$ 43,13).
Ya es casi mediodía y un poco más allá, en el H&M, el probador del piso de ropa de mujer ya tiene una considerable cola de unas diez o doce personas esperando con varias prendas en la mano. Todos los percheros de ese sector tienen gente mirando, revisando y evaluando. Varias miran los jeans de 18.000 pesos chilenos (US$ 19,40).
Hay que admitirlo: aunque no seas un gran compradora, ves los precios y se te genera la necesidad: “¿Realmente lo necesito? No sé, pero lo llevaría solo por el precio”.
No exageremos tampoco. Es importante darse un tiempo como para comparar y, especialmente, llegar con una buena idea de lo que cuestan ciertas cosas en Argentina, para poder tener un parámetro.
Pregunté por un parlante en Falabella de Parque Arauco -un mall en la comuna de Las Condes con un lindo sector al aire libre-; lo había visto anticipadamente en la web versión chilena de esa tienda: no solo el precio in situ era mucho más alto -”los precios subieron esta semana”, justificó el vendedor de turno-, sino que el producto solo estaba disponible para envío.
Crucé todo el centro comercial hasta Ripley, otra tienda por departamentos. Allí costaba mucho menos y lo entregaban en el momento.
En general, los grandes malls tienen las tiendas que buscan los argentinos: Parque Arauco se siente tranquilo un miércoles al mediodía, fue el primer gran mall de Santiago y hoy está segundo en ventas. Costanera Center es el más visitado y ya a las 11 de la mañana tiene bastante movimiento. Si estás en plan turismo, podés subir al mirador Sky Costanera, el más alto de Sudamérica (cuesta 18.000 pesos chilenos / US$ 19).
Mientras la gente sube, baja y se mueve entre tiendas del Costanera, se escuchan bombos y cantos de un grupo de trabajadores que piden terminar su jornada laboral a las 19. Se mueven de forma ordenada, secundados por guardias y carabineros que acompañan su recorrido.
Otro mall como el Casacostanera, más pequeño y con marcas alta gama en Vitacura, se siente más tranquilo. Dato: tiene un H&M más despejado y ordenado, y una sucursal de Casaideas, con un montón de cosas lindas y prácticas para la casa.
Algunas cuestiones para tener en cuenta:
Y una sensación genial: entré con una mochila en la espalda en todos lados y a nadie se le ocurrió pedirme que la muestre antes de salir.
Una vez saciado el apetito consumista, es tiempo de guardar la billetera y disfrutar del destino.
Los circuitos en Santiago son muy variados y se pueden adaptar al tiempo que tengas y lo que te guste: subir con el teleférico -en el Parque Metropolitano, el más grande de la ciudad- al mirador de la Virgen, en la cima del cerro San Cristóbal para disfrutar de buenas vistas; hacer una visita guiada por el Palacio de la Moneda en el centro histórico; o conocer algún barrio como Bellavista con sus galerías de arte, Franklin con sus sitios históricos, espacios artísticos, antigüedades y de emprendedores; o Lastarria, con sus calles semi peatonales adoquinadas, puestos de artesanías, cafés y restaurantes.
Cordillera y mar en un par de horas. La estrechez de Chile se promociona como una gran ventaja. De Santiago a Viña del Mar -donde pasamos la noche en el Pullman San Martín, hotel histórico frente al mar, muy vinculado al desarrollo turístico del destino-, Valparaíso y las vistas del Pacífico hay una hora y media de viaje.
Pero como todavía está fresco para hacer vida de playa, salimos en busca de dos atractivos icónicos de esta ciudad portuaria: ascensores y murales.
A Valparaíso le dicen la “Joya del Pacífico” y es un importante puerto, de calles movidas y coloridas. También es considerada capital del arte callejero en Chile: sus murales atraen a montones de visitantes cada año y en tiempos de redes sociales vale decir que la zona de los cerros Alegre y Concepción es muy instagrameable.
Vamos por partes porque primero hay que “subir” a estos barrios que están construidos en las alturas de las colinas. Y para eso tomamos alguno de los ascensores que rápidamente llevan desde el llano hasta las zonas altas para gastar la energía en recorrer este lugar que enamora y no tanto en el esfuerzo de subir a pie.
Digo que enamora por las vistas hacia el puerto y el océano, por sus callecitas y pequeñas tiendas con encanto y por sus murales.
Valparaíso tiene 15 ascensores, aunque no todos se encuentran operativos: Barón, El Peral, Reina Victoria, San Agustín, Los Lecheros, Polanco (propiedad de la Municipalidad de Valparaíso), además de Espíritu Santo, Concepción, Cordillera, Villaseca, Larraín, Monjas, Florida, Mariposas y Artillería (a cargo del Gobierno Regional – Gore). Empezaron a instalarse a partir de 1880 como respuesta al rápido desarrollo de la ciudad y para facilitar la movilidad de la gente.
Subimos por El Peral (cuesta 100 pesos chilenos el pase), que une la Plaza de la Justicia con el Paseo Yugoslavo en el cerro Alegre, desde donde se puede ver el puerto. Allí también está el bello palacio Baburizza -de 1916-, donde funciona el Museo de Bellas Artes.
A partir de este momento, todo es “¡mirá!”, “me encanta”, “esperá que saco una foto”. Murales, collages con azulejos o piedritas y graffitis, calles que suben y bajan con escalones o rampas desafiantes, leyendas de letras gordas y enormes con contenido social o de concientización (desde “no + ciclistas muertos” hasta el famoso “we are not hippies we are happies”) y otras que se descubren al pasar, bien chiquititas sobre un tablón blanco (“se te va la vida en una oficina”). Caminar una cuadra te puede demandar un buen rato si te dejás llevar.
En la orfebrería Fractal (San Enrique 402, cerro Alegre) están trabajando con una mesita ubicada sobre los adoquines de la calle evidentemente sin tránsito. Un poco más allá, en La Dulcería (San Enrique 314) están haciendo unos caramelos que luego venden en frascos; algunos tienen algún detalle que identifica a Valparaíso; cuestan entre 3.900 y 4.200 pesos chilenos, de US$ 4,10 a US$ 4,40 (en las calles y veredas aledañas hay hormiguitas blancas estampadas en el piso que guían hasta el local). En la zona hay cafés, restaurantes y galerías de arte. Casas de madera, de material y otras revestidas con chapas acanaladas. Hay ventanas coloridas con postigos abiertos y farolitos.
Desde La Dulcería hasta la pizzería Aida’s (Urriola 518) son menos de 10 minutos caminando. Es media mañana, no estamos para pizza, pero “prometen el sabor de Buenos Aires en Chile” y Maradona, Mafalda y sus amigos se ven estampados en las paredes del local de la esquina. La mozzarella está 12.500 pesos chilenos, la fugazzeta, 17.000 y la napolitana, 14.000. Tienen cerveza Quilmes en lata, Estrella Damm y la artesanal Mauco, que se hace en Concón, una playa cercana muy elegida por los argentinos.
Justo frente a esta pizzería, una estrecha y colorida escalera que en cada peldaño muestra parte de la letra de la canción Latinoamérica, de Calle 13, invita a subir.
Es que allí se esconde el Pasaje Gálvez con sus corredores angostos y el arte callejero bien concentrado: “Una explosión de color y creatividad”, lo definen desde el organismo de turismo chileno.
Un hito es la Puerta Roja, donde todos se quieren sacar fotos. Allí funciona actualmente un hostal (si querés verlo por dentro, figura tanto en Booking como en Airbnb).
Salimos de Gálvez y la calle Templeman nos lleva al paseo Gervasoni, otro balcón al Pacífico. El paseo entre murales llega a su fin y bajamos con el ascensor Concepción, el más antiguo de Valparaíso, inaugurado en 1883.
La despedida de Chile se extiende con dos momentos gastronómicos (de los muchos que venimos saboreando, especialmente centrados en los frutos de mar). El primero es un almuerzo y visita a la viña Casas del Bosque, donde paramos durante el camino de regreso desde la costa hasta Santiago.
Botánico, uno de sus restaurantes, parece un invernadero, con mucho vidrio, mucho verde y sensación de frescura alrededor, además de tener una cocina abierta. “Nuestros chefs han echado a volar la imaginación en base a los vegetales que nos entrega el huerto con manejo orgánico durante las cuatro estaciones, platos bellos y ricos sabores, que van cambiando según la época del año … una oda a la naturaleza”, se define el lugar cuya carta se inspira en la cocina italiana.
Después de comer, Enzo nos espera para conocer el huerto orgánico donde olemos y saboreamos vegetales y hierbas que él arranca entusiasmado. Unos pasos más y nos metemos de lleno en el mundo del vino en una comarca con influencia de la brisa marina, y en una viña con zonas llanas y otras onduladas.
“La enología es mitad ciencia, mitad arte”, dice Enzo mientras avanza con pasión por los distintos sectores. No solo recorremos plantaciones, toneles de madera, otros gigantes de acero inoxidable y los huevos de concreto, sino que armamos nuestro propio blend, embotellamos y hacemos la etiqueta (la experiencia “Enólogo por un día” cuesta 90.000 pesos chilenos por persona o $ 50.000 cada uno si son entre 2 y 5 personas; casasdelbosque.cl).
La noche nos encuentra en DonDoh, en Santiago, un restaurante que abrió en enero 2021 inspirado en la parrilla japonesa y es famoso por sus cócteles. Hay que reservar con dos semanas de anticipación y los martes y viernes tienen DJ. Entre lámparas de cobre y las celosías que emulan un fuerte japonés, Gregorio González, capitán del servicio, explica cada uno de los muchos platos que traen a la mesa, desde tiraditos de salmón y croquetas de pato confitado, hasta tacos de cerdo y lomo vetado. Un gran final para esta escapada trasandina
La cadena Pullman, parte del grupo Accor, tiene tres hoteles en Chile, dos de ellos en la capital.
Las tarifas de estos hoteles van desde US$ 165 la habitación doble estándar en temporada alta y desde US$ 145 en temporada baja. Informes: reservas.chile@accor.com. Redes sociales: @Pullmanvitacura, @Pullmanelbosque y @Pullmansanmartin
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