A 37 años de la Guerra de las Malvinas, lo que no debemos olvidar
A 37 años del conflicto de Malvinas, no pocos están familiarizados en forma emotiva, más que precisamente informados. Me guía no ocultar la ineptitud de los altos mandos en el nivel estratégico, pero sí valorar la gesta de quienes en el nivel táctico cumplieron con su deber de soldados en forma anónima y abnegada.
En extrema síntesis, la estrategia es el arte de la lucha de voluntades para resolver un conflicto mediante el empleo del potencial nacional por el gobierno de la Nación, durante la paz y la guerra, para la concreción de sus objetivos políticos. La táctica es la conducción que se realiza en los niveles inferiores al nivel estratégico, que se concreta en las reglas y procedimientos a aplicar en el combate. El estratega difiere de la táctica en forma similar a como una orquesta se diferencia de sus instrumentos tomados individualmente. El estratega es el arquitecto, el táctico, el albañil.
La planificación de una guerra no puede hacerse de un día para otro. Ante esa decisión extrema, la predicción es fundamental, de lo contrario se apuesta a lo aleatorio. En teoría de los juegos, ello se conoce como “el equilibrio Mash”. La inepta conducción de la estrategia política, diplomática y militar no valoró que el mejor momento de negociar es aquel en que los adversarios todavía creen en una situación no definida y balanceado en fuerzas y esperanzas.
Ello imponía acatar la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, del 3 de abril de 1982, que disponía el retiro de las fuerzas militares, que se podrían reemplazar por reducidos efectivos de nuestra Gendarmería y Prefectura Naval. Ya se habría logrado llamar la atención internacional sobre nuestros incuestionables derechos y podría haberse negociado tratando de optimizar réditos.
Pero nuestro país fue sometido a la manipulación de una decaída y desprestigiada dictadura en el contexto internacional. La superioridad aérea y naval en las islas era imprescindible para intentar un mínimo éxito de nuestras operaciones. Al adversario había que atacarlo antes del desembarco—momento donde estaba más expuesto y desorganizado—esto hubiera sido un factor importante, aunque no decisivo.
Producido el desembarco, y consolidada sin problemas la cabeza de playa en San Carlos (90 kilómetros al oeste de Puerto Argentino), el cerco terrestre era inevitable. No hay antecedentes de un éxito en batallas en zonas insulares sin control del aire y del mar. La flota de superficie se auto marginó de la guerra, sin intentar disputar el control del mar al enemigo. Las acciones y los ataques de nuestra Fuerza Aérea y Aviación Naval fueron heroicas, pero no se supo, ni pudo, lograr la superioridad en momento oportuno, ni incidir sobre el posterior desplazamiento ingles sobre Puerto Argentino.
El accionar conjunto—para el que no estábamos preparados—es parte y todo del éxito en la batalla. El conflicto tuvo dos fases: la primera, predominantemente aeronaval, entre el 1° y el 20 de mayo; y la segunda, predominantemente terrestre, entre el 21 de mayo y el 14 de junio. Durante la fase aeronaval los efectivos en tierra fuimos sometidos a un desgaste psicofísico en las húmedas y frías trincheras, esperando el desembarco británico. La fase terrestre la iniciamos conscientes de nuestras propias limitaciones, de haber cedido totalmente la iniciativa al enemigo y de la incapacidad de recibir apoyo del continente. Nuestras fuerzas fueron eliminadas por partes: primero, nuestra flota, que se auto marginó del conflicto sin siquiera intentar disputar el espacio marítimo; segundo, la Fuerza Aérea y la Aviación naval, debido a las importantes pérdidas sufridas, a pesar de los reconocidos éxitos iniciales y la excelente profesionalidad evidenciada; por último, los efectivos terrestres del Ejército y de la Infantería de Marina, cuando el estrangulamiento terrestre cerró definitivamente el previsible cerco total que condujo a la inevitable rendición.
El adversario empleó simultáneamente una estrategia de desgaste y de estrangulamiento. La primera, a partir del 7 de abril, consistió en la amenaza marítima, sanciones económicas junto con sus aliados de la OTAN, gestiones diplomáticas y un efectivo empleo de la acción psicológica. La segunda buscó la batalla decisiva mediante un cerco completo: naval, aéreo y terrestre. La organización para el combate de la Guarnición Militar Malvinas—dispuesta por los generales Leopoldo Galtieri y Mario B. Menéndez—evidenció dispersión de esfuerzos, unidades asignadas en forma no proporcional, poco correcto aprovechamiento del terreno, superposición del mando e inadecuada acción conjunta de las fuerzas.
De los 9 regimientos de infantería disponibles en las islas, sólo cuatro combatieron en forma efectiva (RI 4, RI 7, RI 12 y BIM 5) y parcialmente solo dos (RI 6 y RI 25); se desaprovechó la total capacidad de los últimos regimientos citados, y no participaron en las acciones el RI 3, RI 5 y RI 8 (los dos últimos aislados en la Gran Malvinas). Esto facilitó a los británicos aplicar su táctica metódica y doctrinaria: “concentración del ataque en el punto más débil”, aprovechando su mayor poder de combate, movilidad y libertad de acción.
La Junta Militar—Galtieri, Anaya y Lami Dozo—confundió—con premeditada intencionalidad—un objetivo circunstancial, subalterno y bastardo, como la necesidad de revitalizar la alicaída y desprestigiada dictadura, con una gesta aglutinada y legítima de algo incuestionablemente argentino. La actuación del canciller Nicanor Costa Méndez fue tan relevante como ineficaz. El ministro de Defensa, Amadeo Frugoli, el Jefe de Estado Mayor Conjunto, vicealmirante Leopoldo Suarez del Cerro y el Secretario de Inteligencia de Estado, general Carlos A. Martinez, aceptaron ser marginados por la Junta Militar de todo asesoramiento. Todos los nombrados, y otros altos mandos, visitaron las islas y se fotografiaron antes de que se iniciara la guerra el 1° de mayo, pero se “borraron” cuando comenzó el ruido de combate y la metralla.
En el Ejército no asumieron su responsabilidad ante la derrota, iniciaron un proceso de desmalvinización y no rescataron ni los valores de la gesta ni respetaron a los combatientes.El mejor homenaje a los caídos y a todos los combatientes es profundizar con diligencia prospectiva que queremos como Nación en materia de defensa, dejando de lado estériles prejuicios y barreras partidistas e ideológicas, para priorizar con seriedad la realidad nacional y el contexto internacional, los factores sociales, económicos y humanos. Los militares cumplimos mejor nuestra misión cuando ganamos la paz que cuando hacemos y ganamos la guerra, pues esta rara vez ocasiona beneficio a los pueblos, y es un renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad.
Martín Balza es ex jefe del Ejército Argentino, ex embajador en Colombia y Costa Rica. Veterano de guerra de Malvinas.